IRONÍAS DEL FÚTBOL
Acabo de ver la divertida - aunque menor - película “Gol”, dirigida por Danny Cannon y protagonizada por Kuno Becker y Alessandro Nivola. Los cinemas de Buenos Aires se repletaban en horario vermouth (que da lo mismo que decir más allá de las nueve de la noche)porque muchos querían ver también en esta historia clásica del chico-pobre-y-latino-crack-insuperable- triunfador-en-Europa el símil deforme y desnivelado – obviamente – de Diego Armando Maradona, el último dios vivo de la Argentina, que clausuraba por todo lo alto su ciclo de programas televisivos, titulado arrogantemente "La Noche del Diez”.
Peruano y más bien humilde, yo más bien emparenté la trama del filme con la historieta de nuestro compatriota Nolberto Albino Solano Tocco, alias el “maestrito”. Claro, Solano no es como el héroe ficticio de hollywood, Santiago Muñez; no tiene su pepa ni su cuerpo ni las hembritas que se le lanzan a cada paso rodante sobre las calles de L.A. Pero la historia está ambientada en las frías y lluviosas tierras, donde reposan las duras y antiguas vigas del estadio St James, sede del popular club inglés Newcastle United. Pero nuestro gran crédito nacional (símbolo de una era fracasada del balompié de estos reinos), magrito y con el rostro típico de lo que los sociólogos huachafos llaman “peruano emergente”, con sus piernecitas delgadas y su anatomía incontinente, genera la mejor idea de que se pueden hacer cosas grandes con tan poco material. Sólo que lo que no debe faltar es inteligencia y esfuerzo. “Nobby” did it.
Sí, ya sé que suenan súper cursis las barrabasadas infligidas contra su lectura, paciente lector, pero el punto que quiero desarrollar, y quizás usted me pueda ayudar, es la capacidad tan impactante que tenemos los seres futboholizados de vivir el fútbol y de imaginar que en un campo de 90 x 70 se define la vida, las amistades, incluso el orgullo de una Nación, muy a pesar de las rabietas de Jorge Luis Borges, quien nunca entendió cómo 22 tipos en pantalones cortos podían correr desaforadamente tras una pelota.
No pues, el Genio se equivoca de cabo a rabo, precisamente porque hay un sentido que da fuerza a esa pasión irremediable que consiste en dejar que por un momento el ser racional se combine con el hombre de Altamira y, junto a lap tops y maquinas ultramodernas desate su desaforada pasión por las pinturas rupestres y el clan. Porque el fútbol es una pasión incurable. Y porque, contra el creador del astronómico Aleph, se levanta el vate uruguayo Eduardo Galeano, y empuña las armas con disciplinada militancia: el fútbol es el ritual de sublimación de la guerra, esos seres que se entrelazan en patadas, laterales, fouls, off sides y penaltis son la espada del barrio, de la ciudad, de la nación; sin armas ni corazas exorcizan demonios de la multitud.
Porque el fútbol, agudo lector, es la emoción que nos hace vivir tan bien o tan mal. Y hasta el más simple de los mortales que tenga un poquito de corazón sabrá que de los resultados, de las estadísticas, de la tabla de posiciones y el gol de la fecha también se vive. Con stress, con disfunciones estomacales, con estreñimiento, con dolores de cabeza, con sudoraciones, con mal humor. Pero también con euforia, alegría, emoción inusitada, fe ciega, súbita conversión religiosa.
En el fútbol se destaca la condición humana. Y por eso la música y la literatura (mucho menos el cine, también es cierto) han tratado tanto al tema, al punto de que hay verdaderos fans del fútbol metidos a escritores y viceversa. Porque ante la pasión de Mario Vargas Llosa, Horacio Quiroga, Mario Benedetti, Camilo José Cela, Albert Camus ceden, como contrapartida, las experiencias verdaderas de artistas de la esfera como Jorge Valdano, Ángel Cappa, Freddy Ternero que nos retribuyen con pluma canto estratega. Y porque existe gente como Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Manu Chao, Los Piojos, Vicentico, que le cantan al dios olímpico del mismo modo como El Pelusa se mete a un estudio de grabación y le hace el trío a Pimpinela. Y porque hemos crecido con el tema en la tele, en las series como El Chavo del Ocho, porque conocemos más del ¡Monterrey, Monterrey! o le vamos al Necaxa como Don Ramón o las peripecias del “Tigre” Borja, héroe del Chavo y de Kiko antes que recordamos que alguien como Rubén Techera compuso el himno de Universitario, o que Raúl Vásquez se lanzó al ruedo y nos puso en la memoria ese gran estribillo de “Se va, se, se va el Alianza para campeón/ se va, se va, Alianza Lima corazón”.
Son ironías del fútbol que este año los compadres no vayan a tener ningún motivo que celebrar, porque todo queda definido como para que Cienciano y Sporting Cristal jueguen el play off final de diciembre. Y porque es posible que la ciudad más ejemplar del mundial Sub 17 que ha ganado el trofeo Fair Play 2005, es decir Iquitos, no tenga un equipo en la profesional desde 1992. Y porque el estadio Max Augustin debe confromarse a ser un coloso de concreto por donde sólo se recurre a la contemplación de malos partidos de la segunda local. Y porque es increíble que hayan transcurrido veinte años desde la apoteosis del triunfo del Hungaritos Agustinos en la Copa Perú y ahora dicho club se encuentra virtualmente desaparecido de cualquier atisbo de presente. Y porque, una vez más, nos quedamos sin mundial de fútbol y haya medios que titulen ,con cacha o imbecilidad, que no quedamos últimos, sino penúltimos en la tabla de Sudamérica. Y porque matemáticamente podemos clasificar, y porque la dirigencia trabaja silenciosamente por el fútbol, y porque somos hinchas dentro y fuera de la cancha, y porque la bola siempre y sólo siempre se ve mejor cuando se la coloca con tiro libre magistral allí donde anidan las arañas.
Un libro que me llamó mucho la atención en una rápida visita por librerías, fue uno que se titulaba Selección Peruana 1990-2005, once relatos de talentosos escritores peruanos contemporáneos. Lo gracioso era que llevaba como fotografía de carátula una composición sobre la base de una estampa de la famosa selección futbolera del ochenta y dos (Duarte, Salguero, Olaechea, Chumpitaz, “Panadero” Díaz, Gonzales Ganoza, Mosquera, Cueto, Uribe, Ravello y “Patrulla” Barbadillo). Inmediatamente lo compré, fui a mi casa, prendí la tele, me senté a esperar que la “U” le ganara al Melgar en Arequipa, mientras en el tocadiscos Páez cantaba “Dale alegría mi corazón” y pronto era domingo, día sagrado para vivir una vez más la emoción del fútbol, la ilusión de la vida...
Acabo de ver la divertida - aunque menor - película “Gol”, dirigida por Danny Cannon y protagonizada por Kuno Becker y Alessandro Nivola. Los cinemas de Buenos Aires se repletaban en horario vermouth (que da lo mismo que decir más allá de las nueve de la noche)porque muchos querían ver también en esta historia clásica del chico-pobre-y-latino-crack-insuperable- triunfador-en-Europa el símil deforme y desnivelado – obviamente – de Diego Armando Maradona, el último dios vivo de la Argentina, que clausuraba por todo lo alto su ciclo de programas televisivos, titulado arrogantemente "La Noche del Diez”.
Peruano y más bien humilde, yo más bien emparenté la trama del filme con la historieta de nuestro compatriota Nolberto Albino Solano Tocco, alias el “maestrito”. Claro, Solano no es como el héroe ficticio de hollywood, Santiago Muñez; no tiene su pepa ni su cuerpo ni las hembritas que se le lanzan a cada paso rodante sobre las calles de L.A. Pero la historia está ambientada en las frías y lluviosas tierras, donde reposan las duras y antiguas vigas del estadio St James, sede del popular club inglés Newcastle United. Pero nuestro gran crédito nacional (símbolo de una era fracasada del balompié de estos reinos), magrito y con el rostro típico de lo que los sociólogos huachafos llaman “peruano emergente”, con sus piernecitas delgadas y su anatomía incontinente, genera la mejor idea de que se pueden hacer cosas grandes con tan poco material. Sólo que lo que no debe faltar es inteligencia y esfuerzo. “Nobby” did it.
Sí, ya sé que suenan súper cursis las barrabasadas infligidas contra su lectura, paciente lector, pero el punto que quiero desarrollar, y quizás usted me pueda ayudar, es la capacidad tan impactante que tenemos los seres futboholizados de vivir el fútbol y de imaginar que en un campo de 90 x 70 se define la vida, las amistades, incluso el orgullo de una Nación, muy a pesar de las rabietas de Jorge Luis Borges, quien nunca entendió cómo 22 tipos en pantalones cortos podían correr desaforadamente tras una pelota.
No pues, el Genio se equivoca de cabo a rabo, precisamente porque hay un sentido que da fuerza a esa pasión irremediable que consiste en dejar que por un momento el ser racional se combine con el hombre de Altamira y, junto a lap tops y maquinas ultramodernas desate su desaforada pasión por las pinturas rupestres y el clan. Porque el fútbol es una pasión incurable. Y porque, contra el creador del astronómico Aleph, se levanta el vate uruguayo Eduardo Galeano, y empuña las armas con disciplinada militancia: el fútbol es el ritual de sublimación de la guerra, esos seres que se entrelazan en patadas, laterales, fouls, off sides y penaltis son la espada del barrio, de la ciudad, de la nación; sin armas ni corazas exorcizan demonios de la multitud.
Porque el fútbol, agudo lector, es la emoción que nos hace vivir tan bien o tan mal. Y hasta el más simple de los mortales que tenga un poquito de corazón sabrá que de los resultados, de las estadísticas, de la tabla de posiciones y el gol de la fecha también se vive. Con stress, con disfunciones estomacales, con estreñimiento, con dolores de cabeza, con sudoraciones, con mal humor. Pero también con euforia, alegría, emoción inusitada, fe ciega, súbita conversión religiosa.
En el fútbol se destaca la condición humana. Y por eso la música y la literatura (mucho menos el cine, también es cierto) han tratado tanto al tema, al punto de que hay verdaderos fans del fútbol metidos a escritores y viceversa. Porque ante la pasión de Mario Vargas Llosa, Horacio Quiroga, Mario Benedetti, Camilo José Cela, Albert Camus ceden, como contrapartida, las experiencias verdaderas de artistas de la esfera como Jorge Valdano, Ángel Cappa, Freddy Ternero que nos retribuyen con pluma canto estratega. Y porque existe gente como Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Manu Chao, Los Piojos, Vicentico, que le cantan al dios olímpico del mismo modo como El Pelusa se mete a un estudio de grabación y le hace el trío a Pimpinela. Y porque hemos crecido con el tema en la tele, en las series como El Chavo del Ocho, porque conocemos más del ¡Monterrey, Monterrey! o le vamos al Necaxa como Don Ramón o las peripecias del “Tigre” Borja, héroe del Chavo y de Kiko antes que recordamos que alguien como Rubén Techera compuso el himno de Universitario, o que Raúl Vásquez se lanzó al ruedo y nos puso en la memoria ese gran estribillo de “Se va, se, se va el Alianza para campeón/ se va, se va, Alianza Lima corazón”.
Son ironías del fútbol que este año los compadres no vayan a tener ningún motivo que celebrar, porque todo queda definido como para que Cienciano y Sporting Cristal jueguen el play off final de diciembre. Y porque es posible que la ciudad más ejemplar del mundial Sub 17 que ha ganado el trofeo Fair Play 2005, es decir Iquitos, no tenga un equipo en la profesional desde 1992. Y porque el estadio Max Augustin debe confromarse a ser un coloso de concreto por donde sólo se recurre a la contemplación de malos partidos de la segunda local. Y porque es increíble que hayan transcurrido veinte años desde la apoteosis del triunfo del Hungaritos Agustinos en la Copa Perú y ahora dicho club se encuentra virtualmente desaparecido de cualquier atisbo de presente. Y porque, una vez más, nos quedamos sin mundial de fútbol y haya medios que titulen ,con cacha o imbecilidad, que no quedamos últimos, sino penúltimos en la tabla de Sudamérica. Y porque matemáticamente podemos clasificar, y porque la dirigencia trabaja silenciosamente por el fútbol, y porque somos hinchas dentro y fuera de la cancha, y porque la bola siempre y sólo siempre se ve mejor cuando se la coloca con tiro libre magistral allí donde anidan las arañas.
Un libro que me llamó mucho la atención en una rápida visita por librerías, fue uno que se titulaba Selección Peruana 1990-2005, once relatos de talentosos escritores peruanos contemporáneos. Lo gracioso era que llevaba como fotografía de carátula una composición sobre la base de una estampa de la famosa selección futbolera del ochenta y dos (Duarte, Salguero, Olaechea, Chumpitaz, “Panadero” Díaz, Gonzales Ganoza, Mosquera, Cueto, Uribe, Ravello y “Patrulla” Barbadillo). Inmediatamente lo compré, fui a mi casa, prendí la tele, me senté a esperar que la “U” le ganara al Melgar en Arequipa, mientras en el tocadiscos Páez cantaba “Dale alegría mi corazón” y pronto era domingo, día sagrado para vivir una vez más la emoción del fútbol, la ilusión de la vida...