Resulta una gran noticia la llegada de Santiago Roncagliolo, en un nuevo esfuerzo conjunto de Tierra Nueva y este diario que engalana la anémica actividad cultural de nuestra ciudad. Y más aún si tenemos en cuenta que Roncagliolo presentará su última novela Abril Rojo, reciente Premio Alfaguara, el más importante galardón literario de habla hispana.
Lo divertido e interesante de la nueva visita del consagrado es que ésta resulta su deuda pendiente con una ciudad que anteriormente lo había observado como joven promesa que se fue a España para publicar El Príncipe de los Caimanes y hace no mucho – dos años aproximadamente – como talento FNAC, autor de Pudor. No hay duda que quienes más hemos aplaudido el veredicto de Alfaguara nos encontramos en la gente de Tierra Nueva, a quien Santiago nos honró con su presencia en la Primera Semana del Libro del 2004.
Schelling decía que lo siniestro es algo que debiendo permanecer oculto se ha revelado. Abril Rojo en ese sentido es una novela siniestra. Porque discurre el velo de una guerra interna, que desgarra al país en general, pero con mayor crueldad y virulencia a aquellos que se retratan a sí mismos como víctimas. En el Perú de Sendero Luminoso y bajo el recuerdo ominoso de Ucchuraccay, Y ésta es una guerra simbólica (en la onda del reciente Guerra bajo la luz de la velas, escrita por el talentoso Daniel Alarcón) en que las heridas físicas se diluyen rápidamente y adquieren naturaleza casi anecdótica en medio de aquellas que laceran profundamente el alma de los personajes.
El fiscal Félix Chacaltana, representante de la ley y el orden en medio de la espesa maraña del aislamiento, es un retrato vivo de las inclemencias de la realidad abofeteadas en el rostro del idealista. Chacaltana es una víctima, porque es un creyente, un cruzado romántico en la sierra de Ayacucho tratando de aplicar una justicia cartesiana, formalista, burocrática que se atrofia ante los insuperables vaivenes sociales, culturales, incluso antropológicos que circundan el contexto.
Pero sobre todo, Chacaltana es un perdedor. Un perdedor porque su infructuosa búsqueda de un asesino serial que utiliza ciertos elementos ritualistas para cometer sus crímenes lo pierde entre un laberinto de nombres, situaciones, retratos que no conoce, no entiende, no descifra a cabalidad. Un perdedor porque constata no sólo los enormes abismos entre el Perú oficial y el Perú real (al fin y al cabo una derrota inherente al hecho mismo de su conocimiento), sino porque termina, en el fondo, resignándose a ellos. La vida es un monstruo que se devora su refinada burguesía seudo intelectual, sus conceptos occidentalistas y laicos, además al final se va devorando sus ideales más luminosos y sus esperanzas más robustas.
En aquella estructura pagana, animista, enfurecida, ilógica e irracional donde se desarrolla la novela, destaca, además, la locura de la sangre. El ritual de la violencia. La celebración macabra de la muerte. Y se va desatando a través del rojo intenso, a través de la psique perturbada del asesino (malhechor que lo oficial pretende asimilar a todo aquello que tenga la categoría de marginal, de extraño, de desconocido). Y se delata también, cómo no, en el majestuoso y grave espectáculo de la Semana Santa Ayacuchana, en un abril del calendario que puede hacer coincidir (quizás involuntariamente por su autor) con la celebérrima primera línea de La Tierra baldía de T.S. Eliot, y en cuya resolución estructural entraña el festín de los campos teñidos de sangre, las calles coloniales atestadas de velas, la mente de Chacaltana abarrotada de imágenes espantosas y dudas salvajes y la destreza del antihéroe sembrando el paisaje de muertos que lo mismo pudieron haber sido asesinados por terroristas, por comuneros o por ciudadanos extraviados en esta demencia caótica y no tan circunstancial.
Roncagliolo es pródigo en imágenes y situaciones que se agradecen por su pulcritud visual y su capacidad para envolver dentro de la trama. Claro, según propia confesión, nunca quiso hacer de Abril rojo una historia de tesis antropológica o sociológica ni una dramatización del informe final de la Comisión de la Verdad. Muchos creen que su pretendida eficacia narrativa (la cual alcanza grados de destreza en algunos inspirados pasajes) le crea un problema de ligereza conceptual, argumento que no puede ser más que un desconocimiento casi candoroso de las nuevas alternativas literarias para mantener el interés del lector sin perder espesor y valor de contenido.
Abril rojo es más ágil que La hora azul, de Alonso Cuento (reciente premio Herralde), pero menos densa que ésta. Con una astucia que recuerda por ratos a Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, aunque también a cultores de la novela negra, sus deudas exceden lo textual y se adentran en lo audiovisual y cinematográfico, como con películas clásicas del género psicothriller como El silencio de los inocentes de Jonathan Demme y Seven de David Fincher. Vistos los resultados finales de la mezcla, con obvios y humanos errores, el combo no termina de sorprender y agradar. Uno hasta ya se imagina cómo sería la película (y aquello, escúchenlo bien estreñidos y viejitos aburridos, no es ningún demérito, muy por el contrario).
Sin ser una obra maestra, Abril Rojo es una muy buena novela, con historia y personajes cautivantes y memorables. Es una prueba de que la nueva narrativa se está haciendo en la calle, día a día, con escritores jóvenes como Santiago Roncagliolo que lo impongan en base a esfuerzo, talento y trabajo. Será toda una experiencia que Iquitos pueda tener al autor y a la obra en vivo y en directo la próxima semana. Prohibido faltar.
Lo divertido e interesante de la nueva visita del consagrado es que ésta resulta su deuda pendiente con una ciudad que anteriormente lo había observado como joven promesa que se fue a España para publicar El Príncipe de los Caimanes y hace no mucho – dos años aproximadamente – como talento FNAC, autor de Pudor. No hay duda que quienes más hemos aplaudido el veredicto de Alfaguara nos encontramos en la gente de Tierra Nueva, a quien Santiago nos honró con su presencia en la Primera Semana del Libro del 2004.
Schelling decía que lo siniestro es algo que debiendo permanecer oculto se ha revelado. Abril Rojo en ese sentido es una novela siniestra. Porque discurre el velo de una guerra interna, que desgarra al país en general, pero con mayor crueldad y virulencia a aquellos que se retratan a sí mismos como víctimas. En el Perú de Sendero Luminoso y bajo el recuerdo ominoso de Ucchuraccay, Y ésta es una guerra simbólica (en la onda del reciente Guerra bajo la luz de la velas, escrita por el talentoso Daniel Alarcón) en que las heridas físicas se diluyen rápidamente y adquieren naturaleza casi anecdótica en medio de aquellas que laceran profundamente el alma de los personajes.
El fiscal Félix Chacaltana, representante de la ley y el orden en medio de la espesa maraña del aislamiento, es un retrato vivo de las inclemencias de la realidad abofeteadas en el rostro del idealista. Chacaltana es una víctima, porque es un creyente, un cruzado romántico en la sierra de Ayacucho tratando de aplicar una justicia cartesiana, formalista, burocrática que se atrofia ante los insuperables vaivenes sociales, culturales, incluso antropológicos que circundan el contexto.
Pero sobre todo, Chacaltana es un perdedor. Un perdedor porque su infructuosa búsqueda de un asesino serial que utiliza ciertos elementos ritualistas para cometer sus crímenes lo pierde entre un laberinto de nombres, situaciones, retratos que no conoce, no entiende, no descifra a cabalidad. Un perdedor porque constata no sólo los enormes abismos entre el Perú oficial y el Perú real (al fin y al cabo una derrota inherente al hecho mismo de su conocimiento), sino porque termina, en el fondo, resignándose a ellos. La vida es un monstruo que se devora su refinada burguesía seudo intelectual, sus conceptos occidentalistas y laicos, además al final se va devorando sus ideales más luminosos y sus esperanzas más robustas.
En aquella estructura pagana, animista, enfurecida, ilógica e irracional donde se desarrolla la novela, destaca, además, la locura de la sangre. El ritual de la violencia. La celebración macabra de la muerte. Y se va desatando a través del rojo intenso, a través de la psique perturbada del asesino (malhechor que lo oficial pretende asimilar a todo aquello que tenga la categoría de marginal, de extraño, de desconocido). Y se delata también, cómo no, en el majestuoso y grave espectáculo de la Semana Santa Ayacuchana, en un abril del calendario que puede hacer coincidir (quizás involuntariamente por su autor) con la celebérrima primera línea de La Tierra baldía de T.S. Eliot, y en cuya resolución estructural entraña el festín de los campos teñidos de sangre, las calles coloniales atestadas de velas, la mente de Chacaltana abarrotada de imágenes espantosas y dudas salvajes y la destreza del antihéroe sembrando el paisaje de muertos que lo mismo pudieron haber sido asesinados por terroristas, por comuneros o por ciudadanos extraviados en esta demencia caótica y no tan circunstancial.
Roncagliolo es pródigo en imágenes y situaciones que se agradecen por su pulcritud visual y su capacidad para envolver dentro de la trama. Claro, según propia confesión, nunca quiso hacer de Abril rojo una historia de tesis antropológica o sociológica ni una dramatización del informe final de la Comisión de la Verdad. Muchos creen que su pretendida eficacia narrativa (la cual alcanza grados de destreza en algunos inspirados pasajes) le crea un problema de ligereza conceptual, argumento que no puede ser más que un desconocimiento casi candoroso de las nuevas alternativas literarias para mantener el interés del lector sin perder espesor y valor de contenido.
Abril rojo es más ágil que La hora azul, de Alonso Cuento (reciente premio Herralde), pero menos densa que ésta. Con una astucia que recuerda por ratos a Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, aunque también a cultores de la novela negra, sus deudas exceden lo textual y se adentran en lo audiovisual y cinematográfico, como con películas clásicas del género psicothriller como El silencio de los inocentes de Jonathan Demme y Seven de David Fincher. Vistos los resultados finales de la mezcla, con obvios y humanos errores, el combo no termina de sorprender y agradar. Uno hasta ya se imagina cómo sería la película (y aquello, escúchenlo bien estreñidos y viejitos aburridos, no es ningún demérito, muy por el contrario).
Sin ser una obra maestra, Abril Rojo es una muy buena novela, con historia y personajes cautivantes y memorables. Es una prueba de que la nueva narrativa se está haciendo en la calle, día a día, con escritores jóvenes como Santiago Roncagliolo que lo impongan en base a esfuerzo, talento y trabajo. Será toda una experiencia que Iquitos pueda tener al autor y a la obra en vivo y en directo la próxima semana. Prohibido faltar.
1 comentario:
Es una lastima, tanto lo espere y no podré estar presente (para felicidad de algunos), realmente lo lamento tanto, por que, para que vuelva de nuevo a Iquitos ya lo creo casí imposible.....en fin.
Será algún día que pueda verlo.
Presentarán algunos otros libros de escritores loretanos, como un libro tuyo por ejemplo Pako? o para cuando será?
De todas formas dejara ejemplares con Jaime, para poder comprarlos, verdad?
Saludos,
Publicar un comentario