13 agosto 2006

Tiempo de concesión (y viajes)

El último fin de semana, mientras despedíamos a nuestro colega Rafo León, conductor del exitoso programa de cable, “Tiempo de Viaje”, buscamos un lugar dentro del aeropuerto internacional Francisco Secada Vignetta para invitarle algún café. Nuestros esfuerzos fueron infructuosos, porque no se daba una atención decente en los interiores. Tuvimos que salir a la chinganita simpática que existe fuera, sentarnos sobre unos tablones mal cortados y beber a pico la botella de bebidas y comer rosquitas y queique de cincuenta céntimos.

Al regresar, quisimos ingresar a lavarnos las manos en algunos de los servicios higiénicos. No había agua (no suele haber agua nunca en dicho lugar). Hacer cola para entrar a sala de espera por una puertita pequeñita, donde no hay un control efectivo, retrasa considerablemente a los pasajeros. Rafo León es un tipo chévere y acostumbrado a lidiar con las condiciones más incómodas. Pero varios de los turistas que llegan desde el extranjero no lo consideran así y, por ende, el desprestigio o la mala imagen de la ciudad empiezan desde el momento mismo de bajar del avión.

Y, claro, al bajar del avión, no sientes en todo caso que el corazón te late más fuerte, como en la canción-estereotipo de Raúl Vásquez, sino lo que descubres es que un corazón fucsia de metal se cierne sobre tu cabeza apenas traspones la puerta de equipaje, anunciando la publicidad de un night club local. Surrealista, sin duda alguna.

El próximo viernes 18, el gobierno central pondrá en oferta la concesión por 25 años de un puñado de terminales aéreos a nivel nacional, entre ellos el de Iquitos. Existen dos postores interesados: los consorcios Aeropuertos Unidos del Perú, colombiano; y GHB-Swissport, suizo. Se prevé, además, que por el paquete se pague aproximadamente el mismo monto que en su oportunidad fue desembolsado por el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima como compromiso de inversión (120 millones de dólares).

En términos generales, ésta resulta una noticia bastante alentadora para las inversiones en nuestra pauperizada región. Si nos atenemos a las condiciones en que se encuentra el aeropuerto Secada Vignetta, resulta casi una situación de necesidad extrema que no admite críticas, menos aquéllas en las que el cálculo político y la ignorancia técnica se amalgaman como en un cóctel molotov. Nuestro aeropuerto, cuya categoría de “internacional” suena a pura ironía en sus actuales condiciones, se ha desprestigiado y deteriorado tanto en los últimos tiempos, en un acto de desidia e ineptitud que debe ser afrontada por quienes tienen a su cargo su administración y control. Ante ello, bien merece una oportunidad, pero es necesario afinar estas estrategias de modo inmediato a fin de captar los principales interesados.

Iquitos ha sido una plaza turística atractiva para el tráfico aéreo, con destinos que desde acá y para acá se hacían a Brasil, Colombia o los Estados Unidos. No hablo de hace mucho tiempo atrás. Quién no recuerda a la compañía brasilera Varig en sus vuelos de conexión o el famoso avión “mayamino” de Faucett que los sábados llegaba en la noche repleto de turistas y comerciantes. Además, también se realizaban las conexiones directas que se hacían a ciudades del interior como Cusco, Chiclayo o Trujillo, las cuales desaparecieron aparatosamente, del mismo modo como despareció el elegante restaurant del segundo piso, donde se podía comer platos de categoría a precios no tan elevados, además de observar la llegada de los aviones desde la terraza, situación que no he podido repetir, aún no se sabe a costa de qué motivo esgrimido por los mediocres mandamases del aeropuerto.

Nadie en su sano juicio debería estar en contra de la inversión privada, sobre todo cuando esta importante inyección de capitales a favor de nuestra región plantea expectativas de cambio social en la población. Evidentemente, debemos ser desapasionados, sobre todo pragmáticos, en ambos lados, tanto en los que se muestran a favor como los que se muestran contrarios. Premisa básica de esto es no jugar con la ignorancia ni repetir argumentos ignorantes para oponerse, como el equiparar una privatización con una concesión, pues mientras en el primer caso, cuando se privatiza se hace transferencia de una empresa o actividad pública al sector privado, la concesión es el negocio jurídico por el cual se cede facultades de uso privativo de una pertenencia o la gestión de un servicio público en plazo determinado bajo ciertas condiciones.

Tampoco creer que la concesión es por sí misma la panacea de la solución de los problemas, pues en ellos también interactúan actores políticos (como en el caso de los gallinazos y la restricción de vuelos diurnos) o propiamente empresariales (como las propias compañías aéreas y sus paquetes promocionales). Los eventuales costos por los servicios se encarecerían, o al menos recuperarían sus precios reales y eso también lo saben los agentes turísticos, quienes creen que es un precio que se debe pagar en aras de obtener un mejor servicio, el cual sin embargo nunca podrá ser excesivo ni explotador con el usuario local (allí tendrán que tallar bastante los organismos supervisores y fiscalizadores tanto públicos como privados).

Lo verdaderamente revolucionario de este proceso y en lo que no hay marcha atrás es en la necesidad de que los privados realicen una gestión eficiente y productiva en nuestros aeropuertos. Aquí se encuentra la principal victoria ideológica de la sensatez: el APRA reconoce que no todo lo privado es sospechoso, como siguen creyendo los retrógrados. Sabe que no puede repetir la infausta experiencia de los ochenta, con el desorden de Aeroperú y CORPAC. Ha decidido, además, apostar por el turismo y la integración y un primer paso fue la exoneración de IGV a los pasajes aéreos a esta zona. Ojala siga por la buena senda con la concesión del Francisco Secada. Quienes tienen realmente la visión de lo que Loreto debe explotar con mayor fuerza y éxito en su favor saben que esta medida es y será siempre, en mayor o menor medida, una apuesta ganadora.

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