29 agosto 2006

EL HUMOR INVOLUNTARIO DE LOS POLITICOS

Los políticos suelen ser tan cómicos. Demasiado. Sólo que ellos aún no terminan de darse cuenta de su aptitud para el histrionismo de café teatro. A su desternillante comicidad ellos lo nombran como aplomo. A sus radiantes compases de delirio lo confunden con personalidad. Y a su parlamento de chistes colorados lo autodenominan, con grave majestad, “plan de gobierno”.

Son unos locos los políticos. Divertidísimos. Nos sonríen por demás, hasta cuando no se lo pedimos. Uno de aquellos que me detesta con poco disimulo me brindó hace unos días una pelada de dientes fabulosa que poco faltó para que me colocará al borde del shock nervioso ¿Eras tú o era el fantasma de tú, Pelachín? En este caso la risa no se torna llanto, sino náuseas, pero igual, el poder es el poder, parafraseando al filósofo involuntario “Puma” Carranza.

Porque hay una vastedad de demostraciones de humor involuntario que ya han empezado a proliferar en nuestro medio y que falta poco para que los contraten como guionistas estrellas de Reca(r)gados de Risa. Vale la pena soñar con este ramillete de despropósitos:

- Cuando un candidato que quiere reelegirse con total concha y pana y señala, muy a pesar de su 4% y sus amigos asalariados que lo secundan, que su gobierno ha sido el mejor de la historia de Loreto, creyéndose el Supremo de Augusto Roa Bastos, incurre en humor de tipo delirante-esquizoide-maniaco depresivo-alangarcíesco.

- Cuando un candidato considera que hay que ser conchudo para reelegirse pero no se acuerda de sus hermosas irregularidades de épocas antaño diferentes, pero al mismo tiempo sombrías, se decanta por el humor de tipo amnésico-cuando-le-conviene.

- Cuando un candidato invoca la extinción de un proceso penal de irregularidades por importación de productos y luego mira al cielo e invoca a los poderes divinos, en realidad se está curando en salud y afirma ser depositario de un humor prescriptivo, más comúnmente conocido como el humor gracias-señora-ley (por ciega, manca y coja)

- Cuando un candidato indica que la mafia del jurado le ha birlado la posibilidad de competir y se encrespa como gallito de pelea con aquellos que sólo se han encargado de señalarle el desastroso proceso de inscripción que perpetró, los clamorosos fallos de tipo formal (impensables en una organización como la suya y en un personaje que ha pisado colegio, universidad y Congreso juntos) y la capacidad casi oligofrénica de sus personeros para arruinar una opción electoral, entonces nos encontramos ante un error de tipo yo-no-fui-señor-juez (fueron los mongoloides de mis partidarios)

- Cuando un candidato vuelve a la palestra como el amanecer de los zombies, o como cuando las calaveras salen de su tumba – chunga la cachunga la cahgunga lá – y se aferra a un gruñido de otoronguito y se cierra en torno a un canal de televisión y de una radio que son suyas, expiden noticias sólo suyas y alaban y loan a candidatos que son sólo suyos, entonces estamos ante un humor a-mí-qué-chu (aunque, en honor a la verdad, en este rubro hay más de un competidor de cuidado).

- Cuando un candidato sale de la cárcel luego de purgar penas por actos de corrupcción y se lanza nuevamente al poder, y para ello lo celebra con una fiestota total donde se juegan hasta los calzoncillos, además con grandes posibilidades de ganar, estamos ante un humor de tipo Macondo (sucede así, aunque usted no lo crea).

- Cuando un candidato manda a trabajar a sus proveedores y futuros concesionarios la contracampaña más asquerosa e inmunda que se avecina, jugando al innoble y siempre aberrante recurso del chantaje, la intimidación y la mierda esparcida con ventilador, su humor ya no es tan gracioso ni involuntario, sino de tipo perverso, psicopatológico, sólo apto para psiquiatras y mafiosos.

- Cuando un candidato cree que representa al pueblo y sólo se representa a sí mismo, a sus familiares, alguno de sus vecinos y un par de sus patas financistas y otro tanto de sus patas ayayeros, estamos ingresando claramente en el terreno del humor yo-también-quiero-mi-mamadera (¡sí, señor!)

Hay muchos más tipos de humor involuntario que representan a muchos más candidatos, los cuales irán apareciendo en el transcurso del tiempo y de la diversión. En todo caso, a juzgar por las encuestas es más bien el pueblo quien se constituye como humorista constante, ferviente y casi eterno. ¡Viva la democracia! ¡Viva la diversión! ¡Abajo el sentido común! (pero con ganas…)

20 agosto 2006

2010 (Los costos futuristas de una pésima apuesta política)


Alrededor de una larga mesa de cedro barnizado del salón de conferencias de la Quinta Región Militar, el Comité para la Paz y el Desarrollo decidió asumir el costo político de los acontecimientos. Cada uno de portaba sobre sus carpetas, en organizadores naranjas y con el sello rojo de CLASIFICADO asomando a través de aquél pedazo de cartón labrado con manía burocrática, los reportes de las actividades de una célula subversiva que había adquirido protagonismo extremo en el último mes. Había una extraña sensación de pesadumbre que había hecho presa de los estrategas del Sistema.

El Alcalde miró el objeto resplandeciente que tenía frente a él. Canoso, de nariz aguileña y mirada cansina, se sacó por un breve instante los anteojos bifocales de marco dorado y hurgó cada uno de los movimientos del batallón de soldados que colocaban las vallas necesarias para armar la mole de acero que resguardara el Palacio Edil de los ataques sorpresivos. Aún esperaba noticias del Comando Conjunto. Las primeras señales de la noche se escucharon a través de lentas, broncas y graves campanadas emitidas por la Iglesia Matriz. Alrededor, un grupo de francotiradores, rodeaban la sede del Vicariato de San León del Amazonas. Levemente se persignó y dio una plegaria por la salud de Monseñor Gómez de la Torre.

Encendió la televisión. Vio la última emisión de El Iquitense con la presunta huelga de las prostitutas llevándose a cabo en las afueras del Concejo Edil. Aunque no le hubiera gustado pasar una noticia que desde todo punto de vista le parecía inmoral, supo que debía ser mostrado, expresado, demencialmente publicitado para ir generando psicosociales, tal como le había sugerido el Senador Pinasco. Debía darse la idea de que el caos en realidad era tan sólo un desorden humorístico, propio de las celebraciones del nuevo tiempo que llegaba al mundo.

La Ordenanza, aprobada por unanimidad en la última sesión de Concejo Edil, con el apoyo de todos los regidores y la redacción del “Gancho” Fernández, asesor principal, no admitía dudas. Era necesaria la incautación de todo material que pudiera considerarse subversivo, la detención discrecional de todo aquel que se considerara sospechoso. Además, un toque de queda, en coordinación con la Prefectura, el gobierno central y las Fuerzas Armadas de las nueve de la noche a las cinco de la mañana. Los medios de comunicación debían aprobar un código de revisión de su material informativo a fin de no crear pánico y desmoralizar a las fuerzas armadas con noticias tendenciosas. Estas disposiciones enojosas podían ser consideradas “duras”, pero eran vitales en su cruzada impenitente contra la inmoralidad y la pérdida de tiempo, no tenían, sin embargo, parangón con el paquete de acciones inmediatas que se había puesto en marcha, con el fin de salvaguardar el Estatuto de Paz Espiritual:

1.- Se proscribió absolutamente el acceso desde cabinas públicas de internet a conversaciones interactivas, acceso a páginas de contenido pornográfico y/o violento, letras de canciones “potencialmente tendencioso”, o aquellas cuyo origen sea dudoso en cuanto a geografía, financiamiento y credo.

2.- Se prohibió el chat y el Messenger. Todos los servicios de conexión que trabajaban en la ciudad debían obligatoriamente venderle parches de negación de acceso a los consumidores. Quienes se negaban a comprarlo y tuvieran una verificación negativa debían ser multados inmediatamente por el área tributaria de Concejo Edil.

3.- Se prohibieron los conciertos de música estridente, los espectáculos no autorizados y los bailes de moda, salvo en locales permitidos (los cuales empezaban a las nueve de la noche y terminaban a la una de la mañana, sólo días viernes y sábado).

4.- Los bares no atenderían más allá de la una de la mañana y sólo podían vender licor a mayores de veintiún años.

5.- Se cerrarían dos cuadras a la redonda en todas las iglesias de IQT durante las horas de misa. En días de procesión, el cierre sería total una hora antes y una hora después.

6.- Se conminaba al silencio. Los motocarristas tenían orden de internamiento de sus vehículos si excedían el mínimo de ruido permitido, que eran sesenta decibeles. Estaban prohibidos los juegos recreativos en las calles y aceras de la ciudad.

7.- Se proscribía cualquier tipo de prostitución callejera y se aplicarían reglas severas para la administración y atención de centros de diversión y establecimientos nocturnos. Después de una exhaustiva verificación, sólo quedaron vivos a las condiciones de seguridad un par de discotecas, - entre ellas el Noa -, un local bailable y un night club.

8.- Se prohibió el funcionamiento de locales “de ambiente”, donde se realizaban actos impúdicos o contrarios a la naturaleza humana, al orden y las buenas costumbres.

9.- El más famoso burdel de la ciudad, Teletroca, fue desterrado fuera del casco urbano. No podía colocarse un prostíbulo o casa de citas sino a partir de los límites del kilómetro quince de la carretera hacia Nauta, y a partir del kilómetro veinte de la carretera hacia Yurimaguas.

10.- Debían ser canceladas las fiestas y celebraciones en las calles, los bailes en Complejos, así como la inmediata proscripción de algunas orquestas de música.

Sabía que estas medidas iban a generar resistencias. Sin embargo, las elecciones municipales serían dentro de dos años y su partido no tenía problemas. Enarbolaba su legitimidad, su afán por construir una Sociedad Moral y Espiritual, como prometió en campaña. Este era el momento de aplicar ese plan, votado masivamente por los ciudadanos. Y era la necesidad de sentir un verdadero cambio, desde las entrañas mismas de la condición humana, la que coronaría con palmarés su audaz apuesta.

La radio de frecuencia amplia indicó que era sólo cuestión de una media hora para que la bandera enemiga ondeara sobre el nervio financiero y comercial de la ciudad. Marcó inmediatamente el número que había sido asignado en caso de emergencias. Era una cuestión de vida o muerte. Del otro lado, de la línea, la voz ríspida, grave y levemente seseante, le contestó. Era el fin de la sociedad prometida en las elecciones del 2006.

13 agosto 2006

Tiempo de concesión (y viajes)

El último fin de semana, mientras despedíamos a nuestro colega Rafo León, conductor del exitoso programa de cable, “Tiempo de Viaje”, buscamos un lugar dentro del aeropuerto internacional Francisco Secada Vignetta para invitarle algún café. Nuestros esfuerzos fueron infructuosos, porque no se daba una atención decente en los interiores. Tuvimos que salir a la chinganita simpática que existe fuera, sentarnos sobre unos tablones mal cortados y beber a pico la botella de bebidas y comer rosquitas y queique de cincuenta céntimos.

Al regresar, quisimos ingresar a lavarnos las manos en algunos de los servicios higiénicos. No había agua (no suele haber agua nunca en dicho lugar). Hacer cola para entrar a sala de espera por una puertita pequeñita, donde no hay un control efectivo, retrasa considerablemente a los pasajeros. Rafo León es un tipo chévere y acostumbrado a lidiar con las condiciones más incómodas. Pero varios de los turistas que llegan desde el extranjero no lo consideran así y, por ende, el desprestigio o la mala imagen de la ciudad empiezan desde el momento mismo de bajar del avión.

Y, claro, al bajar del avión, no sientes en todo caso que el corazón te late más fuerte, como en la canción-estereotipo de Raúl Vásquez, sino lo que descubres es que un corazón fucsia de metal se cierne sobre tu cabeza apenas traspones la puerta de equipaje, anunciando la publicidad de un night club local. Surrealista, sin duda alguna.

El próximo viernes 18, el gobierno central pondrá en oferta la concesión por 25 años de un puñado de terminales aéreos a nivel nacional, entre ellos el de Iquitos. Existen dos postores interesados: los consorcios Aeropuertos Unidos del Perú, colombiano; y GHB-Swissport, suizo. Se prevé, además, que por el paquete se pague aproximadamente el mismo monto que en su oportunidad fue desembolsado por el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima como compromiso de inversión (120 millones de dólares).

En términos generales, ésta resulta una noticia bastante alentadora para las inversiones en nuestra pauperizada región. Si nos atenemos a las condiciones en que se encuentra el aeropuerto Secada Vignetta, resulta casi una situación de necesidad extrema que no admite críticas, menos aquéllas en las que el cálculo político y la ignorancia técnica se amalgaman como en un cóctel molotov. Nuestro aeropuerto, cuya categoría de “internacional” suena a pura ironía en sus actuales condiciones, se ha desprestigiado y deteriorado tanto en los últimos tiempos, en un acto de desidia e ineptitud que debe ser afrontada por quienes tienen a su cargo su administración y control. Ante ello, bien merece una oportunidad, pero es necesario afinar estas estrategias de modo inmediato a fin de captar los principales interesados.

Iquitos ha sido una plaza turística atractiva para el tráfico aéreo, con destinos que desde acá y para acá se hacían a Brasil, Colombia o los Estados Unidos. No hablo de hace mucho tiempo atrás. Quién no recuerda a la compañía brasilera Varig en sus vuelos de conexión o el famoso avión “mayamino” de Faucett que los sábados llegaba en la noche repleto de turistas y comerciantes. Además, también se realizaban las conexiones directas que se hacían a ciudades del interior como Cusco, Chiclayo o Trujillo, las cuales desaparecieron aparatosamente, del mismo modo como despareció el elegante restaurant del segundo piso, donde se podía comer platos de categoría a precios no tan elevados, además de observar la llegada de los aviones desde la terraza, situación que no he podido repetir, aún no se sabe a costa de qué motivo esgrimido por los mediocres mandamases del aeropuerto.

Nadie en su sano juicio debería estar en contra de la inversión privada, sobre todo cuando esta importante inyección de capitales a favor de nuestra región plantea expectativas de cambio social en la población. Evidentemente, debemos ser desapasionados, sobre todo pragmáticos, en ambos lados, tanto en los que se muestran a favor como los que se muestran contrarios. Premisa básica de esto es no jugar con la ignorancia ni repetir argumentos ignorantes para oponerse, como el equiparar una privatización con una concesión, pues mientras en el primer caso, cuando se privatiza se hace transferencia de una empresa o actividad pública al sector privado, la concesión es el negocio jurídico por el cual se cede facultades de uso privativo de una pertenencia o la gestión de un servicio público en plazo determinado bajo ciertas condiciones.

Tampoco creer que la concesión es por sí misma la panacea de la solución de los problemas, pues en ellos también interactúan actores políticos (como en el caso de los gallinazos y la restricción de vuelos diurnos) o propiamente empresariales (como las propias compañías aéreas y sus paquetes promocionales). Los eventuales costos por los servicios se encarecerían, o al menos recuperarían sus precios reales y eso también lo saben los agentes turísticos, quienes creen que es un precio que se debe pagar en aras de obtener un mejor servicio, el cual sin embargo nunca podrá ser excesivo ni explotador con el usuario local (allí tendrán que tallar bastante los organismos supervisores y fiscalizadores tanto públicos como privados).

Lo verdaderamente revolucionario de este proceso y en lo que no hay marcha atrás es en la necesidad de que los privados realicen una gestión eficiente y productiva en nuestros aeropuertos. Aquí se encuentra la principal victoria ideológica de la sensatez: el APRA reconoce que no todo lo privado es sospechoso, como siguen creyendo los retrógrados. Sabe que no puede repetir la infausta experiencia de los ochenta, con el desorden de Aeroperú y CORPAC. Ha decidido, además, apostar por el turismo y la integración y un primer paso fue la exoneración de IGV a los pasajes aéreos a esta zona. Ojala siga por la buena senda con la concesión del Francisco Secada. Quienes tienen realmente la visión de lo que Loreto debe explotar con mayor fuerza y éxito en su favor saben que esta medida es y será siempre, en mayor o menor medida, una apuesta ganadora.

06 agosto 2006

ABRIL ROJO EN AGOSTO

Resulta una gran noticia la llegada de Santiago Roncagliolo, en un nuevo esfuerzo conjunto de Tierra Nueva y este diario que engalana la anémica actividad cultural de nuestra ciudad. Y más aún si tenemos en cuenta que Roncagliolo presentará su última novela Abril Rojo, reciente Premio Alfaguara, el más importante galardón literario de habla hispana.

Lo divertido e interesante de la nueva visita del consagrado es que ésta resulta su deuda pendiente con una ciudad que anteriormente lo había observado como joven promesa que se fue a España para publicar El Príncipe de los Caimanes y hace no mucho – dos años aproximadamente – como talento FNAC, autor de Pudor. No hay duda que quienes más hemos aplaudido el veredicto de Alfaguara nos encontramos en la gente de Tierra Nueva, a quien Santiago nos honró con su presencia en la Primera Semana del Libro del 2004.

Schelling decía que lo siniestro es algo que debiendo permanecer oculto se ha revelado. Abril Rojo en ese sentido es una novela siniestra. Porque discurre el velo de una guerra interna, que desgarra al país en general, pero con mayor crueldad y virulencia a aquellos que se retratan a sí mismos como víctimas. En el Perú de Sendero Luminoso y bajo el recuerdo ominoso de Ucchuraccay, Y ésta es una guerra simbólica (en la onda del reciente Guerra bajo la luz de la velas, escrita por el talentoso Daniel Alarcón) en que las heridas físicas se diluyen rápidamente y adquieren naturaleza casi anecdótica en medio de aquellas que laceran profundamente el alma de los personajes.

El fiscal Félix Chacaltana, representante de la ley y el orden en medio de la espesa maraña del aislamiento, es un retrato vivo de las inclemencias de la realidad abofeteadas en el rostro del idealista. Chacaltana es una víctima, porque es un creyente, un cruzado romántico en la sierra de Ayacucho tratando de aplicar una justicia cartesiana, formalista, burocrática que se atrofia ante los insuperables vaivenes sociales, culturales, incluso antropológicos que circundan el contexto.

Pero sobre todo, Chacaltana es un perdedor. Un perdedor porque su infructuosa búsqueda de un asesino serial que utiliza ciertos elementos ritualistas para cometer sus crímenes lo pierde entre un laberinto de nombres, situaciones, retratos que no conoce, no entiende, no descifra a cabalidad. Un perdedor porque constata no sólo los enormes abismos entre el Perú oficial y el Perú real (al fin y al cabo una derrota inherente al hecho mismo de su conocimiento), sino porque termina, en el fondo, resignándose a ellos. La vida es un monstruo que se devora su refinada burguesía seudo intelectual, sus conceptos occidentalistas y laicos, además al final se va devorando sus ideales más luminosos y sus esperanzas más robustas.

En aquella estructura pagana, animista, enfurecida, ilógica e irracional donde se desarrolla la novela, destaca, además, la locura de la sangre. El ritual de la violencia. La celebración macabra de la muerte. Y se va desatando a través del rojo intenso, a través de la psique perturbada del asesino (malhechor que lo oficial pretende asimilar a todo aquello que tenga la categoría de marginal, de extraño, de desconocido). Y se delata también, cómo no, en el majestuoso y grave espectáculo de la Semana Santa Ayacuchana, en un abril del calendario que puede hacer coincidir (quizás involuntariamente por su autor) con la celebérrima primera línea de La Tierra baldía de T.S. Eliot, y en cuya resolución estructural entraña el festín de los campos teñidos de sangre, las calles coloniales atestadas de velas, la mente de Chacaltana abarrotada de imágenes espantosas y dudas salvajes y la destreza del antihéroe sembrando el paisaje de muertos que lo mismo pudieron haber sido asesinados por terroristas, por comuneros o por ciudadanos extraviados en esta demencia caótica y no tan circunstancial.

Roncagliolo es pródigo en imágenes y situaciones que se agradecen por su pulcritud visual y su capacidad para envolver dentro de la trama. Claro, según propia confesión, nunca quiso hacer de Abril rojo una historia de tesis antropológica o sociológica ni una dramatización del informe final de la Comisión de la Verdad. Muchos creen que su pretendida eficacia narrativa (la cual alcanza grados de destreza en algunos inspirados pasajes) le crea un problema de ligereza conceptual, argumento que no puede ser más que un desconocimiento casi candoroso de las nuevas alternativas literarias para mantener el interés del lector sin perder espesor y valor de contenido.

Abril rojo es más ágil que La hora azul, de Alonso Cuento (reciente premio Herralde), pero menos densa que ésta. Con una astucia que recuerda por ratos a Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, aunque también a cultores de la novela negra, sus deudas exceden lo textual y se adentran en lo audiovisual y cinematográfico, como con películas clásicas del género psicothriller como El silencio de los inocentes de Jonathan Demme y Seven de David Fincher. Vistos los resultados finales de la mezcla, con obvios y humanos errores, el combo no termina de sorprender y agradar. Uno hasta ya se imagina cómo sería la película (y aquello, escúchenlo bien estreñidos y viejitos aburridos, no es ningún demérito, muy por el contrario).

Sin ser una obra maestra, Abril Rojo es una muy buena novela, con historia y personajes cautivantes y memorables. Es una prueba de que la nueva narrativa se está haciendo en la calle, día a día, con escritores jóvenes como Santiago Roncagliolo que lo impongan en base a esfuerzo, talento y trabajo. Será toda una experiencia que Iquitos pueda tener al autor y a la obra en vivo y en directo la próxima semana. Prohibido faltar.