Por: Gino Ceccarelli
En Japón, los niños cuando tienen que cruzar una calle donde hay mucho tráfico, lo único que tienen que hacer es levantar la mano desde la vereda para que todos los automovilistas se detengan como por arte de magia. De la misma manera, las personas que están resfriadas, con gripe o algún otro mal respiratorio, salen a la calle con una mascarilla y así evitar contagiar a sus congéneres.
En Dinamarca, existe tal respeto por la naturaleza y los animales que sus ciudades tienen muchos parques donde vemos cisnes, patos, ardillas, pájaros, etc. que conviven con los pobladores. Y si a un cisne se le ocurre caminar por las calles, los automovilistas están obligados (por ley) a detenerse y esperar a que se mueva sin perturbarle. Ni siquiera se le puede tocar claxon o decirle "¡chuza, chuza!".
En Europa, en general, las palabras más utilizadas son "Buenos días", "por favor" y "gracias". Las relaciones sociales se enmarcan en el plano del respeto. Si uno va a un restaurante o tienda y pide algo sin saludar, corre el riesgo de ser echado del lugar ya que se considera un insulto no decir primero "buenos días".
En otros países cuando uno hace trámites en las instituciones públicas, normalmente te dan un plazo para recoger un documento. Estos plazos son estrictamente respetados por los burócratas, es decir, uno puede confiar plenamente en la puntualidad. Y la puntualidad es algo que tiene un valor real. Es verdaderamente incomprensible que en nuestra ciudad uno pierda demasiado tiempo ¡llegando puntual a sus citas!
Los latinos que van a vivir en Europa no llegan a entender el que la gente sea muy puntual incluso para las fiestas y reuniones sociales. Un retraso de quince minutos amerita una disculpa aunque se trate de una invitación para un bailongo.
Podemos poner muchos más ejemplos de respeto en otros lugares. Por supuesto algunos dirán que "eso es en Europa y Estados Unidos" o "no nos podemos comparar con países desarrollados", ¡Pamplinas! Eso no tiene nada que ver.
Como seres humanos civilizados, no necesitamos alcanzar un desarrollo económico para recién empezar a aplicar eso del respeto a nuestros semejantes. El desarrollo de una sociedad se mide sobre todo por el nivel de respeto y justicia social que se ha alcanzado. Y cuando hablamos de respeto a nuestros semejantes nos referimos también a no tirar papeles, plásticos o basura en las pistas y veredas, a no escupir en el piso, a ceder el paso, a respetar las normas de tránsito. Causa estupor cuando en nuestro país vemos que el peatón está obligado a correr para atravesar una calle. Entendámonos bien. Las reglas de tránsito se hacen sobre todo en función para la circulación de peatones y vehículos. Los privilegiados en las calles tienen que ser los peatones, no los autos ni motocarros.
Normalmente, cuando uno quiere hacer una fiesta en su casa, debe pedir por adelantado permiso a sus vecinos, hacerles saber que habrá bulla y música, más aun, a pesar del permiso no debe excederse en decibeles. En otros lados simplemente vas preso cuando abusas y perturbas demasiado la tranquilidad en el vecindario.
Existen varias formas de faltar el respeto: a nuestros semejantes, a la ciudad, al país, a la naturaleza, al patrimonio, incluso a tu familia.
Algunos ejemplos: no se debe obligar a los hijos a trabajar, eso está penado por ley; no se puede maltratar a los animales, ni siquiera se debe transportar gallinas colgadas de sus patas. En otros lados es multado severamente cuando no son transportadas en jaulas, incluso cuando van al matadero. No se puede hacer pintas en fachadas (atención con los políticos) ya que eso también está penado por ley ya que es una afrenta al patrimonio. No se puede talar árboles en una ciudad sin una debida justificación. No se debe golpear a los niños, menos a los de uno.
También uno falta el respeto a los demás cuando orina en la vía pública, cuando se estaciona en cualquier lugar, cuando se levanta la voz innecesariamente, cuando se calumnia, insulta o inventa chismes, cuando se acusa sin pruebas, cuando no se respeta una cola, cuando se promete y no se cumple. Esto de tener palabra merece un capítulo aparte. ¿Qué más puro y honesto puede haber de lo que sale de nuestras bocas? Mi palabra es lo que soy. Uno habla pensando y en este mecanismo interviene nuestra sangre, tripas, nervios, pulmones y todo. Entonces, si no tengo palabra o si tergiverso lo que digo, no tengo nada o no valgo nada. Un ser humano que se precia de ser inteligente tiene que ser coherente entre lo que piensa, dice y hace.
Desde hace unos años cada vez que se utiliza palabras como respeto, valores, principios y honradez parecería que estuviéramos hablando del baúl de la abuela. Sin embargo estas palabras son los verdaderos motores de una sociedad. Sin ellas, si no hacemos un esfuerzo en aplicarlas a todos nuestros actos, simplemente no iremos a ningún lado. Aunque tengamos plata.
En Japón, los niños cuando tienen que cruzar una calle donde hay mucho tráfico, lo único que tienen que hacer es levantar la mano desde la vereda para que todos los automovilistas se detengan como por arte de magia. De la misma manera, las personas que están resfriadas, con gripe o algún otro mal respiratorio, salen a la calle con una mascarilla y así evitar contagiar a sus congéneres.
En Dinamarca, existe tal respeto por la naturaleza y los animales que sus ciudades tienen muchos parques donde vemos cisnes, patos, ardillas, pájaros, etc. que conviven con los pobladores. Y si a un cisne se le ocurre caminar por las calles, los automovilistas están obligados (por ley) a detenerse y esperar a que se mueva sin perturbarle. Ni siquiera se le puede tocar claxon o decirle "¡chuza, chuza!".
En Europa, en general, las palabras más utilizadas son "Buenos días", "por favor" y "gracias". Las relaciones sociales se enmarcan en el plano del respeto. Si uno va a un restaurante o tienda y pide algo sin saludar, corre el riesgo de ser echado del lugar ya que se considera un insulto no decir primero "buenos días".
En otros países cuando uno hace trámites en las instituciones públicas, normalmente te dan un plazo para recoger un documento. Estos plazos son estrictamente respetados por los burócratas, es decir, uno puede confiar plenamente en la puntualidad. Y la puntualidad es algo que tiene un valor real. Es verdaderamente incomprensible que en nuestra ciudad uno pierda demasiado tiempo ¡llegando puntual a sus citas!
Los latinos que van a vivir en Europa no llegan a entender el que la gente sea muy puntual incluso para las fiestas y reuniones sociales. Un retraso de quince minutos amerita una disculpa aunque se trate de una invitación para un bailongo.
Podemos poner muchos más ejemplos de respeto en otros lugares. Por supuesto algunos dirán que "eso es en Europa y Estados Unidos" o "no nos podemos comparar con países desarrollados", ¡Pamplinas! Eso no tiene nada que ver.
Como seres humanos civilizados, no necesitamos alcanzar un desarrollo económico para recién empezar a aplicar eso del respeto a nuestros semejantes. El desarrollo de una sociedad se mide sobre todo por el nivel de respeto y justicia social que se ha alcanzado. Y cuando hablamos de respeto a nuestros semejantes nos referimos también a no tirar papeles, plásticos o basura en las pistas y veredas, a no escupir en el piso, a ceder el paso, a respetar las normas de tránsito. Causa estupor cuando en nuestro país vemos que el peatón está obligado a correr para atravesar una calle. Entendámonos bien. Las reglas de tránsito se hacen sobre todo en función para la circulación de peatones y vehículos. Los privilegiados en las calles tienen que ser los peatones, no los autos ni motocarros.
Normalmente, cuando uno quiere hacer una fiesta en su casa, debe pedir por adelantado permiso a sus vecinos, hacerles saber que habrá bulla y música, más aun, a pesar del permiso no debe excederse en decibeles. En otros lados simplemente vas preso cuando abusas y perturbas demasiado la tranquilidad en el vecindario.
Existen varias formas de faltar el respeto: a nuestros semejantes, a la ciudad, al país, a la naturaleza, al patrimonio, incluso a tu familia.
Algunos ejemplos: no se debe obligar a los hijos a trabajar, eso está penado por ley; no se puede maltratar a los animales, ni siquiera se debe transportar gallinas colgadas de sus patas. En otros lados es multado severamente cuando no son transportadas en jaulas, incluso cuando van al matadero. No se puede hacer pintas en fachadas (atención con los políticos) ya que eso también está penado por ley ya que es una afrenta al patrimonio. No se puede talar árboles en una ciudad sin una debida justificación. No se debe golpear a los niños, menos a los de uno.
También uno falta el respeto a los demás cuando orina en la vía pública, cuando se estaciona en cualquier lugar, cuando se levanta la voz innecesariamente, cuando se calumnia, insulta o inventa chismes, cuando se acusa sin pruebas, cuando no se respeta una cola, cuando se promete y no se cumple. Esto de tener palabra merece un capítulo aparte. ¿Qué más puro y honesto puede haber de lo que sale de nuestras bocas? Mi palabra es lo que soy. Uno habla pensando y en este mecanismo interviene nuestra sangre, tripas, nervios, pulmones y todo. Entonces, si no tengo palabra o si tergiverso lo que digo, no tengo nada o no valgo nada. Un ser humano que se precia de ser inteligente tiene que ser coherente entre lo que piensa, dice y hace.
Desde hace unos años cada vez que se utiliza palabras como respeto, valores, principios y honradez parecería que estuviéramos hablando del baúl de la abuela. Sin embargo estas palabras son los verdaderos motores de una sociedad. Sin ellas, si no hacemos un esfuerzo en aplicarlas a todos nuestros actos, simplemente no iremos a ningún lado. Aunque tengamos plata.